¿Has deseado algo con muchas ganas? ¿Ansías eso que tienes en mente? ¿Cuántas veces has soñado despierto? Seguro que unas pocas, como yo. Sí, yo tengo unos cuantos sueños en la cabeza. Estos, sobre todo, son experiencias que me gustaría vivir con mi familia en un momento u otro.
Pues tenemos suerte. Una de esas experiencias ya la hemos vivido. Fue en nuestro viaje de Semana Santa. Algo que no olvidaremos jamás. Sí, un sueño cumplido: pasar una noche en el desierto de Marruecos.
Era algo que teníamos claro en nuestro genial viaje, disfrutar de un día en el desierto. Ver atardecer y amanecer en él se predecía como algo alucinante. Todo lo que leíamos y veíamos confirmaba lo que pensábamos. Así que había que hacerlo.
Como ya te conté en la entrada de Chaouen, en este viaje fuimos tres familias, amigos todos, por lo que todo fue muy divertido, para mayores y niños. Seis adultos y seis niños dispuestos a todo lo que hiciese falta para vivir una experiencia inolvidable.
Al ir muchas personas juntas y en plena temporada alta decidimos contratar la excursión con Viajes Marrakech, para confirmar que podríamos hacerla. Concertamos con ellos en que llegaríamos para comer al Ksar Merzouga, un hotelito muy cuco cerca de Merzouga y a pie de duna del desierto Erg Chebbi, al este de Marruecos.
Según llegamos allí, dejamos los tres vehículos en el parking-camping, algo que se ve mucho en los hoteles de este país. Permiten pernoctar en el aparcamiento y disfrutar de todos los servicios del hotel. El dueño del Ksar nos recibió con una amabilidad exquisita, poniéndonos el hotel a nuestra disposición, animándonos a darnos un bañito en la piscina. Así que, dicho y hecho. Los niños disfrutaron de lo lindo. Yo creo que soñaban con piscinas después de soportar durante el día un calor impresionante.
En el comedor nos tenían preparado pizza bereber, una especie de hogaza de pan rellena, en este caso, de carne y verdura. Y para acompañar unas ensaladas riquísimas. Nos encanta eso de probar sabores nuevos.
Después de reposar la comida en el salón de té, tumbados en los sofás, acompañados de un té moruno, como verdaderos marajás, iba a comenzar la verdadera aventura: destino al campamento bereber a través de las dunas.
Mohamed, nuestro guía en esta excursión, distribuyó los dromedarios entre todos nosotros. Poco a poco, uno a uno, íbamos subiendo al nuestro. Fue un momento de risas y nervios. Creo que era nuestra primera vez para todos encima de un dromedario para nosotros solitos.
El paseo fue increíble. Nuestra caravana de doce dromedarios con doce amigos, cada uno con su turbante, parecía sacada de una película. Al adentrarnos en el desierto y pasar las primeras dunas nos surgían las primeras sensaciones. ¿Cómo puede ser el desierto, con solo dunas de arena, tan fotogénico? Era increíble, majestuoso, tan especial y mágico. Numerosos naranjas se entremezclaban en la arena. El aire en la cara acompañaba junto al característico movimiento encima del dromedario. Y ver a Mohamed subiendo y bajando las dunas con una facilidad pasmosa, con su turbante de metros y metros al vuelo parecía una postal. Y ahí estábamos nosotros, pequeños y mayores, disfrutando del momento, con la piel de gallina.
En una hondonada, protegida por una gran duna, se encontraba nuestro campamento formado por una serie de jaimas construidas con tubos y jarapas. Este estaba cubierto de alfombras con mesas y sillas bajitas repartidas por todo el recinto. Cada familia teníamos una habitación, con tan solo dos colchones grandes en el suelo y arena.
Estábamos en el desierto.
Atardecer en el desierto
Se acercaba la hora del atardecer. Así que, nos quitamos las zapatillas de trekking y descalzos nos preparamos para subir la gran duna y poder ver la puesta de sol. Esa es otra sensación que no olvidaremos: la arena en la superficie todavía estaba caliente pero al hundirse el pie la arena ¡estaba fría!
La subida no fue nada fácil. Caminar en la arena no es sencillo, aunque viendo a Mohamed ¡quién lo diría! Después de un buen rato, con alguna parada entre medias, por fin llegamos. Nos sentamos a esperar que el sol comenzase a desaparecer. Los niños, claro está, duraron poco sentados. Comenzaron a bajar y subir (¿de dónde sacan fuerzas estos pequeñajos?), escribir en la arena, a rebozarse en ella,…. La puesta de sol nos defraudó un poco ya que éste se puso detrás de los hoteles que se veían a lo lejos y no era muy idílico. Pero el rato que pasamos jugando en la arena, rodando por la duna, mereció la pena.
Por cierto, lo más gracioso es que todo esto lo estuvimos retransmitiendo a nuestras familias y amigos «in streaming» ya que alcanzábamos wifi de los hoteles. Increíble pero cierto.
Una vez que se hizo de noche prepararon las mesas para cenar. El menú consistía en ensalada con arroz, tajín,…. Y para acabar un té moruno. Todo estaba riquísimo.
En un momento dado Mohamed y sus compañeros sacaron los tambores y comenzaron a tocar y cantar. Los niños se lo pasaron genial con ellos. Estaban en su salsa bailando e intentando cantar las canciones bereberes.
Poco a poco, las familias que habíamos coincidido en el campamento (casualmente éramos casi todos familias) comenzaron a retirarse a su aposentos. Nosotros acostamos a los niños y decidimos quedarnos un rato fuera bebiendo té.
Algo que nos hubiese encantado fue poder ver las estrellas en el desierto, pero esa noche fue imposible. El cielo estaba cubierto de nubes. Pero a cambio ganamos una lección de vida, proveniente de nuestro guía Mohamed.
Mohamed
A nuestra charla nocturna, en un tono muy bajito para no molestar a los demás huéspedes, se nos unió Mohamed. Sin turbante parecía mucho más joven. Debía tener unos veinte años, si llegaba. Con sus ojos maquillados con una gruesa línea negra alrededor del ojo su mirada era más penetrante. Se veía que le encantaba hablar con la gente, aprender de ella. En un perfecto español comenzó a contarnos su historia.
Es el hermano mayor de 10. Su familia era bereber y vivían en el desierto junto a sus camellos hasta que el padre les abandonó por otra mujer. Su madre decidió volver a la ciudad pensando en él y sus hermanos. Mohamed comenzó a trabajar en los hoteles de la zona. Ahora se encarga de los camellos y las excursiones al desierto. Aprovecha para aprender de los turistas. Chapurrea muchos idiomas. Y le gusta su trabajo…
En ese rato que estuvimos con él nos enseñó tanto… Nos hizo pensar mucho.
Él lo tiene claro. La gente es gente: el francés, el español, el árabe, el bereber,…
Intentemos ser feliz cada día. Después de la muerte no hay nada.
Existe gente que solo quiere más y más.
Debemos respetar todo y a todos.
No hacía más que decir: “Prisa mata”. ¡Cuánta razón!
No pudimos llevarnos las estrellas en nuestras retinas, pero sí recordaremos siempre la imagen de un chaval de unos veinte años, que con sus palabras parecía que nos decía “¡despertad de una vez!”.
Amanecer en el desierto
A las seis de la mañana comenzaron a despertarnos por si queríamos ver el amanecer. Nosotros no teníamos ninguna duda. Nos vestimos rápido y comenzamos a subir de nuevo la duna. Esta vez fue más complicado que el día anterior. Se añadía un viento que movía la arena y se nos metía por todos los lados. Nos picaba tanto en la cara que hacía daño. Nos colocamos las gafas de sol y el turbante de tal manera que no se nos veía nada y tiramos hacia arriba.
Mario iba el primero. Un poco más abajo las niñas. Y por último yo. Ya veía a los tres arriba sentados en la cresta de la duna esperándome. Cuando anduve los últimos tres pasos y pude ver el sol detrás de la inmensidad, iluminando toda la arena, reflejándose en las gafas de mi gente… lloré de emoción.
La vuelta
Esta vez tuvimos que bajar más deprisa porque los dromedarios no esperaban. Recogimos nuestra mochila y de vuelta al hotel donde nos esperaba un buen desayuno.
Con la tripa llena y una sonrisa de oreja a oreja la expedición de Viajando En Furgo recogió los vehículos y carretera y manta. A seguir conociendo este país tan especial, Marruecos.
¿Es o no es un sueño?
Una vez más queremos dar las gracia a nuestro querido amigo Jorge, Imagen En Blanco , que colabora con nosotros en las entradas de Marruecos gracias a sus estupendas fotos que hacen el relato tan especial. Mil gracias amigo.
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